Tiene 38 años y vive en Europa desde hace más de una década. Primero residió en Suecia, pero en 2016 emigró a Francia, donde conoció a la mujer que se convertiría en su pareja y a la vez en su compañera de danza.
Por Bruno Verdenelli
verdenelli@lacapitalmdq.com.ar
Tirado por la vida de errante bohemio, como cantaba Gardel hace un siglo, Sebastián Motter desembarcó en París en 2016. Para entonces, este marplatense tenía 30 años y ya había residido en Buenos Aires y en Malmö. A esa localidad sueca había arribado a mediados de 2013, con el sueño de trabajar como bailarín y profesor de tango. Hoy, más de una década después, puede decir que logró su meta.
De paso por su ciudad natal, y durante un recorrido por la Biblioteca Popular Juventud Moderna, donde cada domingo se organizan coloridas milongas, Sebastián cuenta que la capital francesa lo había atraído desde niño, cuando leía a Cortázar y estudiaba el idioma de Víctor Hugo.
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“Me fui a vivir a París por cuestiones personales y laborales. Hacía bastante que bailaba y enseñaba tango, y siempre había tenido ganas de ir”, rememora sobre aquel paso, en diálogo con LA CAPITAL.
Y agrega: “Había estudiado francés en la Universidad Nacional, en el Laboratorio de Idiomas, y por muchos libros que había leído como Rayuela, que hablaban de París, siempre tenía ganas conocer. Y también sabía que era el lugar, o uno de los tres lugares de Europa, donde más movida de tango hay”.
Por eso, abandonó Malmö, donde había cursado la carrera de Historia y Economía Europea, y se instaló en la “Ciudad Luz”. Allí, conoció a una joven con la que comenzó a salir, y quien además se convirtió en su pareja de baile y enseñanza hasta ahora.
“Lo que más me gusta de París es su belleza arquitectónica. Todos los días salís a la calle y te inspira”, asegura Sebastián. En la misma línea, pondera el “estilo de vida” de los habitantes de la capital francesa. “La gente, más allá del mito, es muy buena onda. Los parisinos, para mí, son muy interesantes: tienen una forma de vivir que es muy atractiva, muy artística… ¡Tenés que hablar el idioma! Si no, no te dan bola. Pero si hablás francés la pasás bien”, explica. A la descripción de los aspectos positivos de la rutina allí, el marplatense le añade “la calidad de los productos, del pan, del queso, y de todo lo que comen y toman”.
Por el contrario, Sebastián dice que lo que menos le agrada de haberse mudado a Europa no guarda relación con el lugar físico elegido para ello, sino con añorar su país de origen. “Lo que menos me gusta es extrañar Argentina. A mis amigos, las costumbres, la familia… Hasta nuestras expresiones, porque podés aprender otro idioma y hablar inglés, francés o alemán, pero no es lo mismo que hablar con un amigo, alguien que tiene tus mismas referencias culturales, con el que vivimos y vimos las mismas cosas cuando éramos chicos”, señala.
En cuanto a Mar del Plata, revela que echa de menos el verano. “Como los de acá no viví en ningún lado”, indica. Y confiesa algo más: “Antes no lo hubiera dicho, pero después de vivir en Buenos Aires y París, extraño un poco la calma que hay acá y el ritmo, que allá es obviamente mucho más elevado”.
Si tiene que mencionar particularmente un sitio de “La Feliz” que le trae cierta nostalgia, no duda: “La Biblio”, subraya de inmediato, en referencia a la Biblioteca Popular Juventud Moderna, ubicada en Diagonal Pueyrredon 3324. “Para mí es el templo del tango, donde di mis primeros pasos y donde todos los domingos se sigue haciendo la que es para mí la mejor milonga de Mar del Plata. Siempre que estoy acá no dejo de venir”, expresa.
Anclado a medias
Sebastián armó su vida en París, pero con el tiempo sus viajes a Argentina comenzaron a hacerse más frecuentes. Inclusive, consultado acerca de un eventual retorno definitivo al país, contesta que esa no es una posibilidad que descarte. Sin embargo, aclara que no se lo imagina de manera “permanente”.
“Lo que ahora apuntaría a hacer es pasar la mitad del año allá y la mitad del año acá… Una buena parte obviamente en Buenos Aires, porque es la meca del tango y donde están todas las oportunidades. Y me gustaría también tener una casita o un departamentito acá, porque tengo a mis viejos, a mis amigos de la infancia del colegio que nos seguimos viendo, y eso sí que lo tengo en Mar del Plata y no lo tengo en ningún lado”, sostiene.
Y a modo de conclusión, reflexiona: “Veo extranjeros que viven acá o gente de otro lado que viene y dice: ‘Qué loco cómo todos ustedes que son diez amigos que fueron todos al mismo al colegio, todavía hoy, a los casi 40, se siguen viendo y se siguen juntando’ a comer y a salir como si el tiempo no hubiera pasado”.